¡Prueba una Brompton!
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"Pruébala", me invitó mi amigo Pere Cahué, de Probike, mientras me acercó una Brompton. ¿Quieres decir?, le respondí yo, escéptico, desconfiando que una bici plegable con las ruedas tan pequeñas como aquella pudiera ir bien. Pere, esto es una pijada como una casa de payés, pensaba yo para mis adentros. ¿Con la de bicis virgueras que tienes en la tienda y me invitas a probar esto?
Debía ser el año 2000. Aquello que sostenía Pere no era la primera Brompton que veía. Por Barcelona ya se empezaban a ver, aunque este juguete de colores con dos ruedas estaba todavía lejos de convertirse en el fetiche icónico de los urbanitas más a la última en la que se convirtió años más tarde.
De hecho, ya había visto alguna antes, de Brompton. La primera fue en el paseo marítimo de l'Escala un par de años antes, en manos de unos extranjeros que contemplaban el horizonte boquiabiertos. Yo me fijaba en esa rueda trasera escondida bajo el cuadro y no entendía nada. ¿Y esto cómo funciona, con las ruedas tan juntas ?, me interrogaba. Y de repente, los guiris levantaron las bicis por el asiento, las ruedas giraron y se pusieron en su lugar mientras ellos se ponían a pedalear.
"Sí, pruébala -insistió Pere- y después me dices qué te parece". Siempre he confiado en el buen criterio del alma mater de Probike, por lo que cogí aquel hierro plegable que me dejaba y salí a la calle.
¡Guau! Los malos presagios desaparecieron a la primera pedalada. Aquella bici de ruedas minúsculas estaba en las antípodas de ser un hierro. Aquello no sólo servía para ir a comprar el pan o para pasear por un paseo marítimo de moda; era una bicicleta de verdad. Era ligera, frenaba bien y, además, pese al tamaño de las ruedas, tenía una estabilidad envidiable. En cuanto al sistema de plegado era, sencillamente, inigualable. Con un solo gesto se hacía aún más pequeña, por lo que podías subirla al ascensor sin miedo a que la vecina del cuarto que se queja por todo abrirera la boca o guardarla en un rincón de casa sin el riesgo de ensuciar la pared.
El caso es que poco después me compré una, que he usado durante más de diez años. En todo este tiempo y después de miles de kilómetros recorridos, la Brompton no me ha fallado nunca. Las únicas incidencias que recuerdo han sido unos pocos pinchazos (los neumáticos Schwalbe Marathon Plus son una maravilla), algún cambio de cables, fundas y pastillas de freno y una llanta que tuve que sustituir debido a un pequeño toque con un taxi.
Bueno, y también he tenido que cambiar el asiento, porque ese trozo de espuma que las Brompton llevaban de serie hace unos años era impropio de una bici de su nivel.
No os podéis imaginar todo lo que hemos hecho con la Brompton, porque mi mujer no tardó en caer en la tentación. Ha sido cargada en el coche decenas veces, en el tren, en el metro y en autobuses. Con ella he hecho auténticas animaladas, como bajar escaleras o circular por caminos. También me ha servido para llevar a mi hijo a la guardería, para compilar material para escribir varias guías de Barcelona y, sobre todo, para realizar miles de desplazamientos por la ciudad por motivos de trabajo y de ocio, de día y de noche, en plena canícula de verano o con el frío de enero.
El precio de compra de una Brompton es ciertamente alto en comparación con la mayoría de plegables, pero si cuento la inversión que en su día hice, he recuperado de sobras el dinero que me costó. Sin duda, ha sido la mejor inversión ciclista que he hecho nunca.
Ahora vivo en Girona, en el barrio de Montjuïc, por lo que ya hace más de un año que no la uso. Pero no: no la vendo. La tengo en la tienda por si alguien la quiere alquilar. Y la conservo porque sé que, aunque ahora mismo le soy infiel, más adelante, un día u otro, no sé cuando, nos volveremos a encontrar. Todavía tenemos que recorrer muchos cientos de kilómetros juntos.
Y por qué os cuento todo esto? Para que entendáis que en eBici.cat-Biciclick Girona sólo tenemos productos en los que creemos.
Por eso tenemos Brompton. Porque creemos en ella.
Y por eso tenemos una Brompton de pruebas. Para que, más allá de las palabras, tú mismo descubras hasta dónde puedes llegar.